domingo, 3 de febrero de 2013
LA PARADA
“…De por qué te estoy queriendo no me pidas la razón. Pues yo mismo no me entiendo con mi propio corazón. Al llegar la madrugada, mi canción desesperada. Te dará la explicación…” Así cantaba Nino Bravo dentro del coche de sus padres, y efectivamente, llegaba la madrugada.
El muchacho hacia un par de meses que había cumplido los 14 años, y el cóctel de Nino Bravo con el ruido del coche le resultaba tedioso. Mientras, miraba por la ventana, observaba como el tímido sol del horizonte empezaba a lanzar claridades al paisaje. Sus padres, que hace un momento habían estado tarareando como energúmenos la canción de Nino, hablaron algo de hacer una parada.
Conocía de sobra la mecánica de la parada y, mínimo, permanecerían parados alrededor de una hora y media –Vaya pesadez- pensó. Era la típica cafetería de carretera, grande y acristalada, con puertas anchas, la máquina ruidosa del cochecito para los niños en la entrada y un fuerte olor a café irrumpiendo en las fosas nasales al pasar dentro.
En lo primero que se percató el chico fue en la presencia de un hombre mayor con barba que gesticulaba continuamente. Mientras se sentaron en los taburetes de la barra, siguió observando al hombre, no tardó en darse cuenta que estaba totalmente beodo. Le resultó cómico, porque de repente se paró en la zona de venta de revistas y se había puesto a hablar solo mientras que con un dedo de su mano derecha dibujaba una especie de círculo en el aire. Era tan gracioso que le entró una risa prohibida, inusual en él a esas horas de la mañana.
- No hagáis caso, ¿Qué queréis tomar?
El adolescente se giró, y una mujer de mediana edad con unos pechos enormes les estaba esperando al otro lado de la barra. Advirtió que su acento ya era distinto al de su ciudad. Mientras su padre le explicaba tan tranquilo lo que iban a tomar, a él le latía el corazón como si se le fuese a salir. Se fijó mas detenidamente en su delantera, podía apreciar el contorno de sus pezones – ¡Son como galletas! – pensó mientras se le hinchaba la entrepierna.
Una vez desayunados, su madre fue por segunda vez al baño, como de costumbre. Su padre le indicó que le esperaban fuera. El chaval quiso echar una última mirada a la mujer, pero otro camarero feo y gordo le estaba tapando. Una vez que estaban en la salida, antes de pagar en la caja, su padre le señaló una pequeña navaja de llavero bastante bonita que había en una vitrina. Al chico le pareció raro porque nunca le solían comprar nada, pero aceptó el regalo de su padre encantado.
Afuera hacia fresco, por lo que se agradecían los rayos de sol, que ya estaba colocado más arriba. Su padre le agarró por la cintura mientras paseaban lentamente hacia el coche. Sus pisadas crujían en el suelo pedregoso. Él no dejaba de abrir y cerrar su navaja.
-¿Sabes hijo?, lo que más me gusta de los viajes son las paradas. Seguro que esta navajilla te traerá buenos recuerdos- dijo el padre sin mirarle, pues estaba atento a que saliese su mujer.
El chico miró a su padre y esbozo una gran sonrisa. Fue entonces cuando su padre también le miro, le soltó la mano de la cintura y le revolvió el pelo.
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