De corpulenta presencia y enjuta timidez, a mi amigo “el
rubio” parece que le pesan los andares,
pero ya son muchas las calles por donde ha regalado su simpatía.
Él, que siempre
quiere mantener el equilibrio entre el ejercicio físico y el zumo de la cebada,
nos atusa con su locuaz conversación sobre lo esencial de lo primero y la perdición
de lo segundo.
De su mentón prominente dirías que estas con el malo de
Rocky IV, pero el bonachón sólo irradia ganas de pasar largos ratos con él. El toque tan afable de su trato me despierta
instinto de estrujarle con más de un fuerte abrazo, aunque se queje como una
niña consentida.
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