Decidieron esa noche cambiar los papeles. El hijo contaría un cuento a su padre.
Así pues, el pequeño comenzó el relato basándose en su serie de dibujos animados preferida. Mientras, el padre le cogía de la mano y escuchaba con atención.
Según iba desarrollándose la loca historia salida de una mente de cuatro años, el progenitor decidió jugar a hacerse el dormido, roncando con suavidad para hacerlo lo mas creíble posible. Le hacia gracia pensar cuál sería su reacción.
De repente, el niño paró de hablar y se acercó al rostro de su padre propinandole un hermoso y corto beso. El padre siguió haciéndose el dormido asombrado por el espontáneo gesto, mientras, el pequeño le deseo buenas noches con un leve susurro y apagó el solo la luz de la mesilla.
Ahora, en aquella oscuridad, una lágrima caía por la mejilla de un curtido rostro que todavía sentía la humedad de aquel esponjoso beso.
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